El fin último de una entidad deportiva no es otro que cosechar
éxitos deportivos: jugar finales, ganar títulos, competir en Europa... En el camino, desde luego, está el goce, como en la vida. Pero todo lo bueno que se hace, todas las medidas que se toman, todas las estructuras que se crean y que sustentan la puesta en escena final cobran sentido cuando el fin último se hace patente.
A las puertas de una final está ahora el Betis tras catorce años de interminable espera y es el momento de intentar aprovechar una oportunidad que, si es fallida, no debe tardar tiempo en volver.
El partido de vuelta en Mestalla viene cargado de un importante valor simbólico: puede ser el día en el que el Betis termine de quitarse el tapón que parece frenar el pleno crecimiento del club. Al fracaso en la Europa League, le ha seguido
un triunfo práctico en Valladolid que refuerza la moral del equipo para intentar ganar en Valencia y meterse en la final del Villamarín.
Setién pudo rotar y le salió la jugada perfecta.
Reservó a Lo Celso -se quedó en Sevilla, de hecho-,
a Bartra y a Loren; se vio obligado por las lesiones a dar minutos a
Guardado -entró por Barragán- y a
Joaquín -por Lainez-, pero mantuvo a la columna vertebral del equipo:
Mandi, Carvalho y Canales, el futbolista más desequilibrante de la plantilla. El santanderino sigue en un estado de forma excepcional, lo juega todo y ya le están haciendo un hueco en la selección española.
Mestalla es una plaza complicada. En Liga, Copa, Champions y Europa League, el Valencia ha jugado un total
de 20 partidos y sólo ha perdido 2. Ha ganado 9 y ha empatado otros 9. La fortaleza defensiva de los de Marcelino es evidente, pero
el Betis ya ha demostrado que tiene capacidad para ganar en campos complicados como San Siro, Nou Camp, Bernabéu y Sánchez Pizjuán. Va a necesitar otra gesta en Mestalla para dar pleno sentido al proyecto:
cosechar éxitos deportivos.
Joaquín Adorna
