La perdió en Sevilla. La tiró cuando se dejó remontar un dos cero a su favor. En el momento en el que Gameiro empujó a la red el empate a dos en el Villamarín, el Valencia se vio finalista y no ha desaprovechado una oportunidad que llevaba esperando once años. En su quinta semifinal, Marcelino obtuvo el gran premio que pierde Setién en su primera gran cita como entrenador.
Al
fracaso en la Europa League ante un rival inferior, se suma una histórica
decepción en Copa ante el Valencia en Mestalla. Con el sueño de la final en su estadio en el horizonte,
el estilo del Betis de Setién no da para conquistar grandes logros. Hizo un buen primer tiempo, tuvo opciones, no marcó, encajó en la segunda mitad y no metió la intensidad que necesitaba en la recta final para, al menos, meterse en la eliminatoria.
En el choque de estilos,
Marcelino ganó a Setién. El Valencia no dudó, defendió sin rubor, hizo daño cuando pudo,
marcó -Rodrigo tras jugada de Piccini y asistencia de Gameiro-, y el Betis fue incapaz de hacer productiva una
posesión inútil carente de velocidad y profundidad. Más de lo mismo. Incomprensible que el Betis, ante la posibilidad de jugar una final catorce años después y en su casa, no metiera más presión a un Valencia que casi siempre estuvo cómodo.
El plan de Setién no funcionó.
Apostó por Jesé arriba en vez de por Loren y
dejó a Sergio León en la grada, acabando un central,
Feddal, como
atacante. Mucha gente arriba esperando unos centros que casi nunca llegaron. El Betis no mostró ansiedad en ningún momento, aunque esa virtud pareciera, en muchos momentos, una
desesperante apatía.
El salto cualitativo en el Betis en el apartado deportivo sigue sin llegar y ahora, con tiempo para descansar entre semanas, sólo alcanzar la cuarta plaza de Champions salvaría una temporada de grandes expectativas incumplidas con un sonoro fracaso en la Europa League y una histórica decepción en la Copa del Rey.
Joaquín Adorna
