Un estilo a sangre y fuego

Óscar MurilloÓscar Murillo
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Un estilo a sangre y fuego
- Óscar Murillo (@OscarMurilloED)
Quique Setién es, como dice un gran amigo mío, más honesto que un burro. Presume el santanderino de no haber engañado a nadie en Heliópolis cuando fueron a buscarlo para que se encargara de comandar el ambicioso proyecto 17/18. Sabían, por ende, Serra, Haro y Catalán lo que querían, pero también a lo que se exponían. A un brillante arranque liguero y a una mala racha de juego y resultados como la que se rompió felizmente en La Rosaleda. Durante esta última (y antes, en realidad), se acusó al míster bético de ser obstinado, de empecinarse en no cambiar su sistema pese a que se vislumbraba el atasco (quizás no involución, aunque sí un frenazo claro) en el juego de su equipo. Y lo cierto es que lo hizo, matizando en la sala de máquinas con Fabián cómo se generaba el fútbol por dentro.

Con más respaldo numérico (por la cantidad de hombres importantes que recuperaba, no tanto por los marcadores favorables) y anímico, Setién exhibió en el Sánchez-Pizjuán su ideario a sangre y fuego... precisamente cuando no pudo estar en el banquillo por su expulsión ante el Athletic. Todo lo bueno y lo malo que tiene su estilo estuvo sobre el campo. La verticalidad, la profundidad, el amor confeso por el balón como mejor arma para hacer daño al contrario, teniéndolo preferiblemente en campo ajeno. Pero también la endeblez atrás, la poca fiabilidad en la defensa de los balones parados, especialmente los laterales. Una apuesta por el intercambio de golpes que depende de que haya en la cueva un tipo tan contundente e inspirado como Zou Feddal (vaya fichajazo) y de que arriba vaya dentro un alto porcentaje de lo que se produzca ofensivamente.

Salió de dulce, como pudo salir saladísimo. Ahora, a ver quién lo discute en el banco.
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