Montella saltó a Ipurua
con la mente puesta en el partido del miércoles ante el Leganés, en el que el Sevilla está a 90 minutos de una final. De ahí que, aunque llamara la atención ver de inicio
seis caras nuevas en el once, que con el italiano venía siendo prácticamente el mismo, resultaba bastante lógico.
El dibujo, el mismo; un 4-2-3-1 en el que
Sandro partía por la izquierda y
Nolito por el centro (no lo hacía desde su etapa en el Écija y el Barça B), mientras que
Roque Mesa le daba refresco a Banega. Era necesario rotar, pero
quizás no tanto, o así. Y es que, a la postre, el planteamiento
resultó ser un caos. Y gran parte de culpa, lógicamente, la tuvo Montella, quien
erró en sus ideas y alineó de inicio a tres caras nuevas que apenas llevaban entrenando una semana, amén de un
Nico Pareja que, tras cuatro meses en el dique seco, evidenció no estar para ocuparse de lo suyo y de los espacios que dejaba en la banda
un alegre Layún al ataque, quien también obligó a
Sarabia (luego a Navas) a retrasar su posición.
Por eso, y por
el ímpetu ofensivo de un Eibar que apenas requería dos balonazos largos para plantarse ante una dubitativa zaga sevillista, se vivió un auténtico desastre, habiendo encajado tres tantos en media hora y corriendo los blanquirrojos como pollo sin cabeza tras la pelota. Expuestos los centrales y los laterales, el conjunto armero destrozaba a los de Montella, mientras que arriba, ni Nolito ni Sandro estaban cómodos.
En la segunda, ya tarde, Banega y Muriel suplieron a Roque Mesa y Sandro, aunque la fragilidad defensiva siguió siendo la misma.
Montella se equivocó, y el plantel le ayudó poco.