El talento se manifiesta de inmediato. Se percibe en los movimientos, en el descaro que deriva de la confianza de conocer que se cuenta con recursos para marcar la diferencia. Bryan Gil sabe lo que atesora y cree tanto en él que se atreve en el uno contra uno y la pide constantemente con sólo 17 años. Ayer dispuso de más minutos que en los dos partidos anteriores y aprovechó para mostrarse con un protagonismo y una personalidad impropia de un chico de su edad.
No en vano, su entrada dinamizó el ataque del Sevilla, con sus apariciones en distintas posiciones, con intención de asociarse, de encarar y de probar fortuna desde lejos si se presentaba la oportunidad. El Sánchez-Pizjuán ya ha visto que posee algo especial y que lo exhibe sin complejos, sin amilanarse y con una naturalidad aplastante, como si llevara años jugando en el primer equipo pero transmitiendo la ilusión de los comienzos. Machín está dispuesto a descubrirle poco a poco y Nervión sueña con un futuro cada vez más próximo.
Álvaro Palomo1 min lectura