Tras tres temporadas con técnicos sin apenas recorrido y 'experimentos' arriesgados que desembocaron en la ausencia de un patrón de juego, el
Valencia recurrió a un entrenador que aunaba dos apuestas seguras: la experiencia y un estilo muy definido. Además, el motivo que decantó la balanza definitivamente en favor de
Marcelino fue su fútbol compacto que parte de la necesidad de no recibir goles para encontrar la victoria, una fórmula que, además, acompañó tradicionalmente al
Valencia en sus épocas de esplendor.
Con la sobriedad defensiva por bandera y un reconocible 1-4-4-2, al
Valencia de Marcelino se le achacó una cierta falta de solvencia en ataque en los primeros compases de la temporada que, de pronto, quedó mitigada con la fuerte irrupción goleadora de
Rodrigo y Zaza, una dupla letal que ha tenido un bajón que un enrachado
Santi Mina (y la llegada de
Vietto) se han encargado de paliar. Los goles del gallego han alejado las meigas y esa fama que acompaña a
Marcelino que apunta a que sus equipos se suelen caer en las segundas vueltas. Este curso parecía volver a sucederle con tres derrotas seguidas (y cinco en siete partidos), pero ha enderezado el rumbo sumando diez de los últimos doce puntos en juego.
Los secretos de la mejoría con respecto a los últimos años han sido la limpia de jugadores ´nocivos´ y el acierto en fichajes que elevaron el nivel, sobre todo
Kondogbia, Guedes y Neto pero, a ratos, también
Gabriel, Pereira y hasta
Garay y Murillo a pesar de sufrir varias lesiones.
En este contexto resurgieron 'cracks' sumidos en la apatía como el propio
Mina o un Parejo infalible, que liberado por el músculo de
Kondogbia y el trabajo de
Soler juega y hace jugar.