La Semana Santa que llevo dentro (Día 4)

Miércoles Santo de luz infinita

Miércoles Santo de luz infinita
Miércoles Santo de luz infinita. - Álvaro Palomo
Álvaro PalomoÁlvaro Palomo 4 min lectura
Destellos, pequeños detalles que construyen una historia de retales que de forma sigilosa se instala para siempre en las entrañas. Fogonazos de sentido único para el que lo experimenta y lo erige en vivencia, en parte de su experiencia de vida.

Porque, seguramente, para nadie significará nada 'el hombre del papé' de los Miércoles Santo pero sí para un niño que escuchaba a su padre con atención y se quedaba embobado cuando lo veía en el antiguo Misterio de El Buen Fin, tan cerca sin saberlo de casa de sus abuelos. Era José de Arimatea pero yo lo conocía por su pergamino, al igual que a Judas por la bolsa de dinero que escondía en La Cena.

Para nadie significará nada una Avenida a pleno sol y un Crucificado en la distancia, con vestigios del pasado en la mediana, y una mesa con vasos de agua para calmar La Sed. Para nadie significará nada el mismo relevo en el mismo lugar, ni el mismo recorrido a su vera cada año hasta que Luis Montoto agoniza y la pasión se estrecha en Muro de los Navarros. Tampoco el brillo de la mirada azulada de la Consolación que torna la inmensidad en un rincón a la par tan íntimo.

Para nadie significará nada aquella esquinita en Santo Rey. En aquel barrio que renace cada Miércoles Santo. En la noche. Con apenas el crepitar de las velas para descubrir su rostro. Para pedir por la Salud que ahora tanto necesitamos. Hay una espera, sí. Larga, pero es por la devoción de los que vuelven. Por una hilera interminable de arraigo y pertenencia. Un Refugio donde la vida dura lo mismo que una revirá en San Bernardo.
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A lo mejor para nadie significará nada el hilo de luz de cuatro hachones en el manto negro de San Pedro, o la tez de una Virgen que se abre paso en el silencio inexplicable en una plaza en la que sólo había algarabía.

Seguramente tampoco significará nada para nadie un abrazo en la multitud cuando la marea de los Panaderos se viene en Plaza Nueva. Cuando una antorcha alumbra a un 'barco' que siempre asombra, que navega entre la gente como si flotase y en el que encontré un aliado para mi particular 'Prendimiento'.

Para nadie significará nada el llamador de La Lanzada retumbando en La Alameda y la sinfonía del esfuerzo justo antes de embocar Trajano, y quizás sí el también imperial sentimiento de apego de La Piedad del Baratillo en Adriano y su conmovedora estampa.

Es la semana Santa que llevo dentro. El Miércoles Santo de cruces en el camino pero a la vez de esperanza. De recuerdos anclados y también embrionarios. De sabor a nostalgia. El Miércoles Santo de luz infinita.
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