No tiró la
Copa el
Barcelona, pues no le hizo falta:
se la regalaron. Y es que
Pablo Machín hincó la rodilla desde el mismo momento en el que anunció la
alineación y, aunque mantuvo su dibujo,
esquinó sus principios. Una traición dibujada sobre los trazos habituales, pero
lejos de la valentía que se le presupone al fútbol del soriano, dándole la titularidad a un
Guilherme Arana en el que no confía (lo ha demostrado durante el último mes) y que en las últimas semanas ha estado
más fuera que dentro, negociando su retorno al
Corinthians, con lo que ello conlleva.
Fortaleció la zona ancha con
Amadou, como se presuponía, pero
dejó al máximo goleador del equipo en el banquillo, falseando la delantera con
Pablo Sarabia junto a
André Silva. Y todo eso, a pesar de que el Sevilla
no salió mal al césped de inicio, saliendo rápido a la contra y
presionando desde el centro del campo a un Barcelona que se hizo rápidamente con la posesión. Al Sevilla le duraba muy poquito el balón en los pies, gestionando mal la salida del esférico.
El Sevilla perdió la medular, con Messi bajando a recibir y generando superioridad numérica, por lo que
con ayuda del VAR, concedió demasiado pronto los dos primeros goles, igualando el Barça la eliminatoria, a la vez que
Banega falló un penalti que se antojaba
clave por aquel momento.
El resto del partido sobró (salvo un arreón final con el gol de Arana), llegando un
chaparrón de goles culés y aguantando en exceso Machín los cambios. Lo de siempre:
un Sevilla cagón (como diría Luis Suárez) en los grandes campos de España al que Machín, ayer, colaboró.