Cuando las pelotas no eran amarillas: historia del cambio más visible del tenis
Actualmente asociamos al tenis las pelotas amarillas tan características con las que se juega, sin embargo, este es un invento moderno, ya que hasta hace no demasiado aún había torneos con bolas blancas

Durante mucho tiempo, el tenis fue un deporte fiel a sus tradiciones. Para empezar porque fue creado en los jardines aristocráticos y evolucionado desde ahí hasta las pistas de cemento y hierba que conocemos hoy. Y aún en estos tiempos su estética también reflejaba ese apego al pasado. Entre esos elementos históricos se encontraba la pelota blanca, que durante décadas fue símbolo del juego elegante y clásico.
Pero todo cambió a finales de los años 60, no por una decisión técnica o deportiva, sino por un giro televisivo. En 1967, la BBC se preparaba para dar un gran salto: emitir por primera vez en color. Y David Attenborough, el mismo naturalista que más tarde se haría famoso por sus documentales sobre la vida salvaje en la cadena nacional británica, estaba al mando del canal BBC Two en ese momento. Para él, no había mejor escaparate para estrenar esta nueva cadena que Wimbledon, el torneo de tenis más prestigioso del mundo y que como no, se jugaba y se juega en Londres, en el All England Tennis Country Club.
Todo por el público
La elección era perfecta, salvo por un detalle inesperado. Al retransmitir los partidos, los espectadores tenían dificultades para seguir el movimiento de la pelota blanca sobre el césped verde. El contraste simplemente no funcionaba en las nuevas pantallas en color. Fue entonces cuando surgió la idea que cambiaría para siempre la imagen del tenis: una pelota de color amarillo brillante, mucho más visible para las cámaras y, sobre todo, para los ojos de la audiencia.
Aunque no se adoptó de inmediato, la propuesta empezó a ganar terreno. En 1972, la Federación Internacional de Tenis dio luz verde al uso oficial de pelotas amarillas. Un año más tarde, el US Open se convirtió en el primer Grand Slam en ponerlas en juego. Paradójicamente, Wimbledon, el origen del debate, se resistió a abandonar su pelota blanca tradicional. Tanto que no fue hasta mucho después casi tres lustros más tarde, cuando en 1986 dieron su brazo a torcer y aceptaron finalmente el cambio.
Es por eso que hoy, ver una pelota amarilla en una cancha de tenis nos parece lo más normal del mundo. Pero ese detalle, tan presente y tan asumido, tiene su origen en una necesidad técnica y una visión innovadora. Y es que, a veces, los cambios más visibles nacen de las circunstancias menos esperadas y muchas veces son culpa de la talevisión.