En estos cuatro años
Vicente Iborra se ha ganado el cariño de todos por su derroche sobre el terreno de juego y por ser un tipo excepcional fuera de él. Ha defendido el escudo del
Sevilla como si hubiera nacido en
Nervión y se ha erigido en el líder del vestuario por su personalidad y carácter.
Sin ser una superestrella, de hecho ha tenido el rol de suplente casi todos los cursos,
Iborra deja un importante vacío en el plantel sevillista. En sus 170 partidos como blanquirrojo ha jugado de todo, desde central a delantero, rindiendo siempre y exponiéndose en posiciones que no eran las que más le favorecían.
Emery fue moviéndolo hasta que le encontró su rol como segundo delantero o en aquellas permutas que hacía con
Banega para acercarse al área cuando el
Sevilla tenía el balón y bajar a la medular cuando la posesión era rival.
Sampaoli dio el visto bueno a su salida la campaña pasada, pero él quiso quedarse y dar la talla en un Sevilla muy diferente al que se encontró a su llegada. Cada año partió con un papel de actor secundario, pero se ganó la gloria de los protagonistas.
Lejos queda el momento en el que el
Sevilla pagó los seis millones de euros de su cláusula para ficharlo desde el
Levante. Muchos lo vieron un precio exagerado en una época difícil para los de
Nervión, que acababan de traspasar a
Gary Medel. Hoy deja una plusvalía importante y cuatro años de lealtad y servicio a un escudo con el que se identificó desde el primer día.
Se va a un
Leicester ante el que probablemente sufrió su eliminación más dolorosa como sevillista. En unos días volverá a despedirse con los honores que merece el 'capi', al que en
Nervión siempre considerarán uno de los suyos.