Alfonso de Orleans disputará el rallye Pekín-París en un Peugeot 504 clásico
Con un promedio de entre 400 y 800 kilómetros diarios, los competidores deberán afrontar jornadas que combinan tramos sobre asfalto con etapas por caminos de tierra

El próximo 17 de mayo arrancará la novena edición del mítico rally Pekín-París, una prueba que se ha convertido en un referente mundial de resistencia, aventura y automovilismo histórico. Con un recorrido de 14.250 kilómetros a través de doce países, partirá desde la Gran Muralla China con meta en la plaza Vendôme en París; esta carrera no es solo una competición, sino una dura prueba para coches y pilotos.
Entre los participantes más destacados figura Alfonso de Orleans-Borbón, que hará de navegante del francés Christophe Bouchut. Si el primero es un conocido ex piloto, participante en las 24 Horas de Le Mans, el Dakar o ha dirigido la escudería Racing Engineering, el segundo ya sabe lo que es ganar en Le Mans y Daytona. Ambos afrontarán esta aventura a bordo de un Peugeot 504 Coupé V6 de 1977, un coche emblemático con una historia legendaria en los rallies africanos.
Con un promedio de entre 400 y 800 kilómetros diarios, los competidores deberán afrontar jornadas que combinan tramos sobre asfalto con etapas por caminos de tierra donde parece que el mundo se ha acabado. En estos escenarios, solo se encontrarán con cabras, camellos, nómadas y piedras. A diferencia del Dakar, donde las dunas suelen ser las protagonistas, en el Pekín-París la dificultad radica en la variedad de terrenos, la longitud de la prueba y la ausencia total de asistencia externa.

La carrera se estructura en fases enlazadas, con entre cuatro y ocho especiales diarias, que se disputan sin paradas largas. Los pilotos salen del vivac para completar las etapas, con checkpoints continuos, y con un formato a caballo entre los rallyes de carretera y el WRC. Todo se complica un poco más al no poder contar con ayuda técnica externa ni piezas de recambio en ruta. Cada equipo participante debe ser capaz de reparar su vehículo con las herramientas y repuestos que lleve consigo.

Los vivacs nocturnos se alternarán entre tiendas de campaña y hoteles, aunque la mayoría de las noches se pasan en condiciones muy básicas. En las tiendas de campaña dispuestas por la organización pueden estar juntos pilotos de carreras reconocidos, multimillonarios anónimos, inversores de bolsa o empresas tecnológicas, y aventureros adictos a la gasolina. La camaradería entre participantes es uno de los valores más destacados: se ayudan mutuamente en caso de avería. Alfonso de Orleans y Christophe Bouchut pilotarán un coche muy especial: el Peugeot 504 de 1977 que ganó en el Rallye Safari de 1977 con Jean-Pierre Nicolas al volante, una de las pruebas más duras del mundo. Se trata, por tanto, de un vehículo histórico, prácticamente extraído de un museo para poder participar en la cita.
El 504 Coupé de competición deriva del modelo de serie, pero es casi un prototipo adaptado a la carrera. Sus formas son reconocibles, pero su mecánica es muy distinta. Su chasis ha sido reforzado y aligerado, y cuenta con un tanque de gasolina de hasta 150 litros instalado dentro del habitáculo, lo que deja muy poco espacio para sus ocupantes. Con un motor V6 de 2.7 litros que entrega alrededor de 240 caballos de potencia y un par motor elevado, este coche combina ligereza, estabilidad y potencia para afrontar terrenos extremos.

Además, llevan consigo unos 350 kilos de piezas de recambio esenciales, desde discos de freno y amortiguadores hasta componentes del motor. Donde deberían estar los asientos traseros, habrá un almacén con segmentos, juntas o rodamientos del cigüeñal, elementos que pueden ser reparados en ruta con herramientas específicas, muchas de ellas fabricadas en titanio para reducir peso. Uno de los elementos más delicados es la caja de cambios, de un coche del que solo existen tres unidades en el mundo, por lo que su conservación es vital para completar la carrera. El coche no fue diseñado originalmente para el Pekín-París, sino para el Rally Safari, por lo que requiere un manejo muy cuidadoso para evitar averías graves. Alfonso y Christophe saben que mimar el coche es clave: “Los que van como locos no acaban”, afirma Bouchut, piloto experto en carreras de larga distancia.
Alfonso de Orleans-Borbón es un piloto con una amplia trayectoria en el mundo del motor, habiendo sido el director del equipo Racing Engineering y participado en numerosas categorías. Para él, esta será su segunda participación en el Pekín-París, una carrera que normalmente se celebra cada cuatro años, pero que se pospuso debido a la pandemia y conflictos internacionales.
Su compañero de equipo, Christophe Bouchut, es un veterano del automovilismo con victorias en Le Mans, Daytona y Spa, y una enorme experiencia en pruebas de resistencia. Juntos forman un tándem sólido, con Alfonso como navegante y mecánico, y Bouchut al volante. Su amistad y confianza mutua se reflejan en la preparación y la estrategia para afrontar las duras condiciones del rally.

Los coches salieron ya de Inglaterra rumbo a China en barco, para evitar desgaste previo, y la salida se realiza junto a la Gran Muralla, a primera hora de la mañana. La llegada a París se celebra en la emblemática Plaza Vendôme, con alojamiento final en el prestigioso hotel Ritz.
La prueba atravesará zonas tan diversas y extremas como Mongolia, el desierto del Gobi, Kazajistán, el mar Caspio, Georgia, Turquía y varios países europeos. Las condiciones climáticas varían desde los 40 grados a primera hora en el desierto hasta temperaturas bajo cero durante la noche. Las etapas que cruzan el desierto del Gobi son en especial duras, con mucho polvo y viento. Además, la humedad puede alcanzar el 90 % en ciertas zonas, lo que añade el desgaste físico a la retahíla de dificultades.

El año pasado, dos participantes que hicieron el trayecto en un Bugatti convertible con más de ochenta años lo pasaron realmente mal. Les cayó una enorme nevada y sin capota no estaban preparados para semejante castigo. Otros participantes les ofrecieron turnarse al volante, pero las reglas lo impiden, al no poder participar en coches en los que no estén inscritos. Esto da la medida del grado de compañerismo, camaradería y sincera amistad que se establece entre competidores.
Según sus protagonistas, el Pekín-París no es solo una carrera, sino una experiencia humana única. La ayuda mutua es constante, y existe un pacto de caballeros que hace que, ante una avería, los equipos se detengan para ayudar, conscientes de que un fallo puede afectar a cualquiera. Al final, ganar no es lo importante, sino vivirlo, y aunque no se haya dado la salida de esta novena edición, ya hay quien piensa en la décima.