Joaquín Caparrós retornó a Nervión para las cuatro últimas jornadas de LaLiga con el claro objetivo de revivir a un Sevilla que,
con Montella, se mostraba muerto en lo anímico y, por tanto, también en lo físico. Un complicado objetivo que el utrerano ha sabido cumplir con creces, sobrándole el partido ante el Alavés, una vez que asegurara la futura presencia sevillista en Europa en la penúltima jornada de la temporada. Una recuperación que Caparrós ha basado en lo que siempre le ha caracterizado como entrenador,
la casta y el coraje. Dos cualidades que refleja el himno del Sevilla y del que, históricamente, se ha impregnado el plantel blanquirrojo; algo que esta campaña parecía haberse perdido con el paso de los partidos. Y ayer, ante el Alavés, también sumó el utrerano la tercera 'C', ésa que se le exige a la plantilla más cara de la historia del club:
la calidad.
Sin Banega, con molestias y reservando ya para el Mundial, Caparrós dibujó a su equipo sobre
un 4-4-2, algo nada habitual a lo largo de la presente temporada con Berizzo y Montella; un plantel en el que jugaron un papel protagónico un motivado Nzonzi, quien con anterioridad había sido apartado tanto por el argentino como por el italiano, y un recuperado Roque Mesa, a quien el napolitano tenía arrinconado en el banquillo, al igual que a Ben Yedder, a quien relegó al banco en detrimento de un Muriel que no brilla precisamente por su acierto. Con un entregado Sandro al que se le resiste el gol como compañero del internacional galo, el ‘Mudo’ partió desde la derecha, dejándole todo el carril a Layún.
Y, encima, debutó un canterano (Lara).
Sarabia, y no Arana, de lateralCon Sergio Escudero sancionado y Jesús Navas lesionado, Caparrós afrontaba el partido sin los teóricos titulares para ambas bandas, augurándose la vuelta al equipo de
Arana por la izquierda. El utrerano, sin embargo, optó por el polivalente
Sarabia.