El debate entre partidarios y detractores del estilo de juego implantado por
Setién se había desvirtuado con el paso de los partidos. Primero, porque la controversia estaba (está) condicionada a que la pelota te entre y a tu oponente no. Y, sobre todo, porque llegó un punto en que parecía que era cuestión de elegir entre blanco o negro. Nada más lejos. La virtud suele encontrarse en el término medio y en los diferentes matices. Nadie pide al cántabro que renuncie al toque y la posesión para saltarse líneas con pelotazos y hacer que al rival le lluevan centros. Tampoco debe estar condicionado al resultado, y sirva el
Betis-Celta como ejemplo.
Y es que anoche el plan de los verdiblancos fue el mismo de siempre, pero más completo. De hecho, a pesar de llevar tres partidos seguidos sin marcar, en el once inicial había menos jugadores de ataque que nunca; pero, con unos jugadores versátiles, halló variantes y alternativas que le llevaron a rozar la perfección durante una hora y generar muchísimo peligro. Juntó a los tres centrales con más salida (a diferencia de lo que pasó en
Copa, con
Feddal y
Edgar sufriendo) y a cuatro mediocentros 'multiusos':
Guardado se escora para recibir el balón y al mismo tiempo crear espacios;
Carvalho, con tiempo para hacer control más pase, es casi infalible;
Canales rompe líneas con su eléctrico ida y vuelta; y
Lo Celso pone imaginación. Cuando los cuatro se aliaron, dibujaron al Betis más imprevisible del curso. Tanto que el 1-0 al descanso se quedaba demasiado corto para lo visto.
Mezcló pausa y horizontalidad con pase largo -como el de
William para la chilena de
Canales-, con cambio de orientación y esprint, como en la jugada del 1-0; o con verticalidad, como
Guardado en la acción del tanto de
Junior. Lástima esa desconexión defensiva que hizo posible la remontada 'express' del
Celta (luego anulada) y que recordó al
Betis desequilibrado y partido de inicios de la 17/18.