A punto de perder la pierna: el calvario de Santi Cazorla en Inglaterra

Santi Cazorla desvela uno de los episodios más dolorosos de su carrera, marcado por infecciones, once operaciones y el miedo real a perder la pierna. Con 40 años, disfruta su segunda juventud en Oviedo mientras decide si poner punto final a una trayectoria de resiliencia y amor por el fútbol

El fútbol está lleno de relatos que en ocasiones olvidan al ser humano que respira detrás de los focos. Santi Cazorla lo sabe bien. Durante años, su sonrisa escondió un dolor que casi lo aparta para siempre de los terrenos de juego. Hoy, en el Real Oviedo, vuelve a disfrutar del balón, mientras observa con calma el ocaso de su carrera. A sus 40 años, los aplausos suenan diferente: son reconocimiento, no rutina.

Su historia, revelada en una entrevista reciente con L'Équipe, comienza hace más de una década, en un amistoso entre España y Chile. Un golpe que muchos olvidaron abrió una grieta que jamás volvió a cerrarse del todo. Cazorla empezó a recibir infiltraciones para soportar el dolor y seguir compitiendo. “Prácticamente jugaba llorando”, admite. El cuerpo le suplicaba detenerse.

El inicio de un camino oscuro

Con el tiempo, la piel sometida a inyecciones constantes comenzó a morir. Las complicaciones se acumularon. La infección bacteriana posterior a la operación convirtió la recuperación en una pesadilla quirúrgica: once intervenciones, una por mes, sin respuestas claras. Cuando regresó a España en busca de una segunda opinión, la sentencia fue estremecedora: tenía gangrena en once centímetros del tendón de Aquiles.

Poco después, llegó el miedo más grande. En Inglaterra le advirtieron que existía riesgo de amputación desde la rodilla hacia abajo. El fútbol, el futuro, su propia vida, todo pendía de un hilo invisible. Cazorla insiste en que minimizarlo fue una defensa psicológica. Negarlo le ayudaba a respirar.

El gesto que cambió su ánimo

Entre tanta incertidumbre, un gesto humano lo sostuvo: Arsène Wenger lo llamó la víspera de una operación decisiva. Su contrato finalizaba ese verano. Sin embargo, el técnico francés le ofreció una ampliación de un año, sin condiciones. “Jamás olvidaré ese gesto”, confesó el asturiano. Fue una pequeña luz al final de un túnel muy largo.

Meses después, los médicos concluyeron que la piel de su brazo izquierdo era la más adecuada para reconstruir la zona dañada. Allí tenía tatuado el nombre de su hija. Ahora, la mitad descansa en su pie. “Hoy sonrío ante esta señal del destino”, admite. Cada paso es un recuerdo de lo vivido.

Un futuro en el aire

El Real Oviedo era un sueño pendiente. Ascenso, Primera división, conexión emocional. El niño que se marchó volvió convertido en símbolo. Y en el vestuario, los jóvenes lo observan como un ejemplo a seguir.

Cazorla reconoce que esta podría ser su última temporada. “Los jóvenes me están superando”, dice con humildad. Aun así, confiesa que están trabajando en una renovación. Cuando habla del retiro, lo hace con serenidad, pero sabe que echará de menos lo cotidiano: el vestuario, el olor a césped, la emoción de los partidos.

El asturiano no tiene claro si quiere ser entrenador, aunque la idea empieza a rondar. Xavi, durante su etapa en Catar, le plantó la semilla de la curiosidad. “Me sacaré el título y veremos”, asegura.

Resistir a once operaciones y a la posibilidad real de amputación es algo que cambia la mirada. Hoy, Cazorla juega por disfrute, no por obligación. Si decide que el final está cerca, nadie podrá reprocharlo. Ya ha vencido a lo que muchos no pudieron ver: la oscuridad que a veces acecha a los futbolistas.