Ocho años de la gran noche de Llorente en San Mamés

Su desplome sobre el césped tras dejar el balón que manejaba cuando sonó el pitido final reflejó en toda su dimensión la noche que Fernando Llorente había vivido aquel 26 de abril de 2012.
Y las lágrimas que le estallaron entre las manos que se había llevado a la cara, visto ahora con el paso del tiempo, quizás también fueron premonitorias de lo que vendría después tras aquellos momentos de vino y rosas, de inmensa felicidad.
Fue la noche más indiscutible de su carrera y, curiosamente, también la última como 'Rey león'. Llorente, una joya como no se han criado muchas en Lezama, tiró como nunca de una manada que, las cosas que tiene la vida, ya no volvería a liderar.
El Athletic se clasificó para la segunda final europea de su historia con una actuación colosal de su ariete, que dio dos pases de gol magistrales y marcó el tanto definitivo.
La defensa del Sporting de Lisboa fue incapaz de frenar el vendaval generado por el gigante de 1,96 metros. Pero más que con el juego aéreo, algo esperado, a ras de césped. Por donde el jugador nacido en Pamplona y formado desde niño en la escuela de Lezama dio un recital.
Comenzó Llorente su gran noche avisando en el minuto 8. Bajó del cielo con el pecho un balón largo de Javi Martínez y se dio la vuelta para encarar a Rui Patricio, pero no enganchó un remate limpio. Se acompasó mejor nueve minutos después para dar con el pecho -una 'delicatessen'- el 1-0 a Markel Susaeta. Intentó un escorzo ya en el 41 para colocar la pelota junto al palo, pero llegó, felino, el meta para desviarla a córner.
Aunque el internacional portugués ya no pudo interponerse cinco minutos más tarde en el remate cruzado de un Ibai Gómez al que Llorente había servido en bandeja el 2-1 tras una pisada al borde del área -otro gesto de altura- que dejó fuera de la jugada al central que le marcaba y a todo el sistema defensivo lisboeta.
Se llegó al segundo tiempo con el mismo resultado de la ida, 2-1, y los dos equipos buscando el pasaporte a la gloria que esperaba semanas después en Bucarest. Llorente avisó en el 70 con un cabezazo a las manos del portero visitante.
Y decidió en el 88 adelantándose a su marcador. Metiendo la punta de la bota para el que un centro de Ibai tras un espectacular caracoleo en el área cogiese dirección portería. Dio en el palo y entró.
Estallido de júbilo en San Mamés, alegría inmensa en los leones y emoción a borbotones en el corazón de Llorente. Reconocido como nunca en 'La Catedral', a la que le costó ganarse por esas cosas que a veces tiene con los grandes el singular público bilbaíno.
Ese día le idolatró. Por unas horas casi tanto como a Marcelo Bielsa, el técnico que encarnó la hazaña y que sigue en la memoria. Pero no duró el idilio. Llegaron la dos finales pérdidas -de Copa y de Liga Europa-, los rumores de posibles diferencias con el entrenador, su decisión de marcharse a pesar de la "irrechazable" oferta de renovación -como él mismo la definió- recibida y el calvario de la siguiente temporada.
La del divorcio definitivo con un público que le valoraba pero que nunca llegó a quererle del todo y desde entonces le dio la espalda como a nadie antes. Una afición que, no obstante, jamás olvidará aquella noche, la más grande de Llorente en el Athletic, ni su colosal actuación.