Seriedad. Sobre este concepto se vertebra la clave de un
Sevilla que entiende el fútbol desde una visión tan minimalista como compleja. Sabe lo que quiere hacer y lo ejecuta con precisión, sin apenas fisuras y con plena confianza en la aplicación de la teoría. Ya se acusa cada vez menos las
rotaciones, porque el equipo ha interiorizado de tal forma
la filosofía del soriano que la aplica prácticamente de memoria, a partir de una disciplina espartana y una eficacia que brota desde el orden, el talento y la fe del grupo al completo.
El técnico no ha apartado a nadie, ha implicado incluso a los que no terminaban de responder y a día de hoy ha enrolado a todos en la causa. Se demostró en
San Mamés, pues realizó hasta ocho cambios y el
Sevilla funcionó como un reloj, fiel a su estilo, a la calma con la que se repliega y la velocidad con la que se estira, con futbolistas que parecían desahuciados golpeando la puerta, caso de Nolito, protagonista indiscutible ante el
Athletic.
El
Sevilla salió con las ideas claras. Avisó pronto. Y pegó primero. Con un latigazo de calidad colectivo finalizado por
Nolito. El tanto reforzó una apuesta en campo propio en la resta, con basculaciones precisas y coberturas de manual para cerrar la banda, principal vía para los centros vascos, y seguridad por arriba para secar a
Aduriz, base de la propuesta vizcaína. Armaba las contras muy rápido pero durante una fase se olvidó del esférico y lo pagó con el empate, mas la reacción resultó inmediata. Bastó otro chispazo para hacer el 1-2 y ya
Banega se encargó de pausar el juego y
Ben Yedder de sentenciar. Fútbol esencial: orden y pegada.