El domingo
22 de mayo de 1955 accedió a la presidencia del Betis
Benito Villamarín, el único candidato que optaba a dicho puesto,
un hombre sin pasado en el club verdiblanco.
Entonces contaba
38 años de edad y ya se había erigido en
un poderoso empresario del sector aceitunero. Se convirtió en un personaje preferente en el negocio y sus amigos y socios en ese mundo lo llevaron al Betis. Entre ellos, el expresidente
Francisco de la Cerda Carmona, o Ricardo de la Serna Luque, empresario e íntimo amigo del gallego desde los primeros años en Lora del Río.
Supieron enseguida que
Villamarín era un hombre de futuro, capaz de darle al club una nueva dimensión y la consolidación después de la travesía del desierto.
En aquellos años, mediados los 50,
el Betis ya había dejado atrás las enormes penalidades de la Tercera división, gracias al empeño obsesivo y la tenacidad de
Manuel Ruiz Rodríguez, pero enfermo y extenuado dio paso a Benito Villamarín.
"
Haremos el esfuerzo máximo, con nuestra mayor voluntad, para que la incomparable afición sevillana que nos sigue quede plenamente satisfecha de nuestras gestiones en todo el amplio plan que hemos trazado", dijo en su primera entrevista.
Villamarín
tomó posesión de la presidencia el 28 de mayo. El entrenador con el que se estrenó fue con
Pepe Valera. Y quiso hacer cosas ambiciosas, aunque aún no pudo. Entre ellas, conseguir los fichajes de dos celebridades del fútbol español: el mítico delantero vasco
Telmo Zarra y el legendario goleador barcelonista
César Rodríguez, a los que el Betis todavía no podía pagar.
El nuevo presidente tardó un par años en anclarse.
Dos temporadas de aprendizaje en las que el club remó hacía la Primera, pero acabó ahogándose en la orilla.
Por fin, en 1958 el Real Betis Balompié
volvió al lugar que le correspondía y del que faltaba desde hacía tres lustros. Corrió la felicidad por Heliópolis y empezó a nacer la leyenda del presidente de los presidentes. Después, vino todo lo demás,
una edad de oro que tuvo su fin con
su muerte prematura en 1966.