El
Sánchez-Pizjuán acogió un partido de cuartos de final de la
Liga de Campeones por primera vez en su historia (60 años antes ya había hecho lo propio en la Copa de Europa) y
Montella sorprendió a todos entregándole la portería a
David Soria, en lugar de a un discutido
Sergio Rico. Toda una osadía para el italiano, habida cuenta de lo restringido de su círculo y de lo mucho que retrasa los cambios, pues confía en los que confía, y poco más.
Con
Ben Yedder en punta, el napolitano suplió la ausencia del sancionado
Banega colocando en su lugar a
Pizarro (uno de los últimos en convencerle, después de que en enero le abriera la puerta). Con más contención que cerebro, fue
Nzonzi y, especialmente, el
'Mudo' quienes se encargaron de la salida y elaboración del juego sevillista, aunque al argentino, que estuvo acertado hasta desfondarse, le faltó el filtrar el pase interior.
Con la presión adelantada desde el inicio con el claro objetivo de que el
Bayern no construyera, el
Sevilla se mostró como un bloque compacto y equilibrado en el juego sin balón, dificultando que los alemanes, muy ordenados, consiguieran elaborar su fútbol. Tanto, que el gol del empate bávaro y el 1-2 fueron obra de
Jesús Navas y
Escudero, respectivamente, en propia puerta.
Tras el paso por vestuarios, eso sí, las fuerzas flaquearon y los alemanes llevaron el peso del partido. Pero
Montella siguió a lo suyo y no supo interpretar el partido hasta el último cuarto de hora, cuando tiró del banquillo. Sandro y
Muriel le dieron otro aire al bloque, pero quizá era ya demasiado tarde. ¿Y el tercer cambio? Sin refresco no hay paraíso a estas alturas de la película, hay que repartir más confianza.