Isaac Newton y Anthony Taylor nacieron cerca. A tres horas de camino. Ahora, claro, no en los tiempos del físico, teólogo, inventor, alquimista y matemático. A su paisano le dio por el
arbitraje, aunque es también
funcionario de prisiones, un trabajo en el que habrá visto de todo. La mayoría, bastante feo, como refleja la fenomenal serie de otros compatriotas (BBC), '
Condena', creada para el lucimiento de un fenomenal
Sean Bean y un colosal
Stephen Graham. Acostumbrado a administrar justicia, al de
Manchester le ha ido medianamente bien el fútbol, aplicando a su manera la ley de la
acción-reacción que ideara el de Woolsthorpe Manor. Porque si un cuerpo actúa sobre otro con una fuerza X, éste reacciona contra aquél con otra fuerza de igual valor y dirección, pero de sentido
contrario.
Por eso, cuando
Fekir ejecutó algo tan nuestro (más español que francés, en cualquier caso) como la '
tragantá' a
Demirbay, firmó su sentencia de muerte, deportivamente hablando, claro. Que se iba
a la calle lo sabía cualquiera que entienda un poco de esto. Taylor, muy '
british' él, mantuvo la
compostura ante el
rifirrafe multitudinario al que se apuntaron unos cuantos más (ojo al vídeo adjunto, donde se ve a unos enérgicos
Canales, Bellerín y Guido, pero también a un
Tapsoba que demuestra no ser sólo amante de las artes marciales subterráneas, sino también del boxeo), pero no pudo resistirse a ser
equitativo. Sabía que Nabil no
brotaba porque sí, ni por el
4-0. Por tanto, el mediocentro turco-alemán, a ducharse también.
'Condena' la emite en España
Movistar Plus, la misma que demuestra con un análisis pornemorizado y
ralentizado de las imágenes del encuentro en el
BayArena que al campeón del mundo se le fue la pinza, pero que lo provocaron. Recopila la plataforma un catálogo de
empujones, entradas a destiempo y sopapos (el de
Sinkgraven previo al desplazamiento de balón de Demirbay, con la goleada ya consumada, es para comérselo). Pero claro: se supone que el '8' verdiblanco debe
aguantar lo que le echen, que para eso
cobra lo que cobra (más de 3,5 millones de euros netos, para ser más concretos) y ha elegido la
profesión que ha elegido. Si no, que se deje de
regatitos, fintas y reversos.
Eso piensan algunos de mis seguidores en
Twitter, que me dieron fuerte y flojo, quién sabe si por la inminencia del
derbi sevillano, cuando insinué que pocas veces salta Fekir para lo que le pegan cada partido. Si fuera
profesor, como en mis tiempos mozos, habría de aguantar las
impertinencias de los alumnos, como
Don Jesús, al que apodábamos no tan cariñosamente
'El Bombilla' y a quien bombardeábamos con
bolitas de papel empapadas en saliva, bolígrafo desmontado mediante a modo de cerbatana, mientras el pobre escribía la fecha en la pizarra, esquivando los proyectiles que se adelantaban a su escritura. O las
camareras, que todo el mundo sabe que deben soportar a clientes
babosos que las confunden con esclavas, incluso sexuales. Siempre podrían haber
elegido otro trabajo. O quizás no.
Esgrimo en el tuit de la
discordia (gracias, en cualquier caso, por las decenas de interacciones) que "a Fekir lo han expulsado 4 veces en 86 partidos con el #Betis, alguna tan rigurosa como aquélla con
Sánchez Martínez ante el Barça. Hacía
siete meses de la última. Y le dan 20 patadas por partido. Todos perdemos la cabeza en ocasiones. Yo, en varias. Pocas me parecen del francés". Lo de que se me va la olla cuando me tocan la fibra es rigurosamente cierto. Como el dato de las rojas y dobles amarillas (dos y dos) al ex del Lyon. Pero hete aquí que el principal problema estriba en que el atacante heliopolitano tiene la
obligación de ser un
ejemplo para los niños. No de jugar como los
ángeles, de marcar goles y brindarlos, de fabricar acciones de
ensueño como la del gol al
Levante (el mejor de la 20/21 de toda
LaLiga)... No, tiene que ser un
ejemplo. Y un ejemplo diario. No vale con perder la cabeza un día.
Cuatro en dos años y pico, para ser exactos.
Tengo un niño que soplará dos velas el próximo 19 de noviembre,
Martín, al que empieza a molestarle menos eso de que su padre, si no hay más remedio, le quite '
La Abeja Maya' de la tele grande para poner un partido y que, de vez en cuando, pegue algún
grito o un golpe en la mesa con los tantos de uno y otro. Se asusta, claro, pero ya no tanto. Quiero que crezca
fuerte, sano y, sobre todo, feliz. Que aprenda a ser
justo, honrado y bueno. Sobre todo, bueno. Que ame la
belleza, pero que también entienda que lo bonito sobresale, precisamente, porque hay
fealdad. Y que lo feo adquiere muchas formas
horrendas: racismo, homofobia, humillación, maltrato, xenofobia, machismo... Desigualdades que, afortunadamente, las nuevas generaciones ven como algo
raro y despreciable. El yin y el yang. O como se escriban.
La reacción de Fekir es fea,
desagradable y, quizás sí,
lamentable. Desde mi humilde punto de vista, no tiene
justificación, aunque sí
explicación. Explicar es
contextualizar, no respaldar o estar de acuerdo. Cualquier niño que lo vea cogiendo del cuello a Demirbay (sin ser bético, sevillista, madridista, colchonero o culé) tendría que torcer el gesto. Precisamente porque Nabil es un ejemplo de belleza y, cuando hace algo que no es bonito, llama más la atención. Cuatro errores en ochenta y seis oportunidades, estadísticamente hablando, es una muestra irrisoria. Para un experto, no representarían nada. Lo suyo es que, como hizo con su paisano
Amine Adli cuando lo recibió con una
tarascada en el minuto 1, hubiera abrazado a su agresor.
El perdón y el olvido dignifican. Por mucho que te pique o te escueza el tobillo. Pero el '8' es humano. Y los humanos,
erramos.