La triste experiencia de un bético en Florencia
En un continente que lleva décadas predicando sobre la integración y la eliminación de fronteras, resulta que en el fútbol se te sigue juzgando por tu pasaporte. Así lo relata Manuel Rosell Pintos


Fiorentina
Betis

Esta tarde he aprendido una lección que no esperaba recibir en pleno siglo XXI: el fútbol, ese deporte que presume de unir culturas y borrar fronteras, me ha recordado que mi pasaporte sigue siendo un muro. Y no un muro metafórico, sino uno real, de esos que te cierran el paso sin importar tus razones, tu educación o tu sentido común.
Mi hija, de 14 años, tenía una entrada para la semifinal europea entre la Fiorentina y el Betis, partido de vuelta tras un 2-1 en la ida. A pesar de vivir en Florencia, lo tenía claro: iba a animar al Betis. La acompañé al estadio, la dejé en la puerta con sus amigos—algunos, seguidores de la Fiorentina—y me volví a casa. Pero el ambiente futbolero tiene esa magia inexplicable; en un arranque, decidí acercarme a la taquilla oficial para probar suerte y comprar una entrada de última hora.
Y ahí estaba, como un guiño del destino: sí, había entradas disponibles. "Perfecto", pensé. "Hoy vuelvo a sentir en directo lo que es el fútbol". Pero no. No iba a ser así. "Solo italianos o residentes en Italia", me dijo la persona de la taquilla. Al principio, pensé que era una broma. "¿Perdón?", pregunté, sin entender bien. "Por normativa del club, no podemos vender entradas a españoles". Mi pasaporte se había convertido, de repente, en un impedimento para disfrutar de un partido. Da igual si quiero animar al Betis o, por qué no, a la Fiorentina, equipo de la ciudad en la que vivo y trabajo. No se trata de los colores; se trata de un muro burocrático absurdo.
En un continente que lleva décadas predicando sobre la integración y la eliminación de fronteras, resulta que en el fútbol—ese que se jacta de ser un espacio de unión y de fiesta global—se te sigue juzgando por tu pasaporte. Me pregunto qué pensaría cualquier ciudadano italiano si, en el Villamarín o en cualquier estadio de España, se le negase la entrada por no haber nacido en el lugar "correcto". No solo es un sinsentido, es un atentado contra el espíritu mismo del deporte.
Si somos incapaces de compartir una grada con el que piensa distinto, con el que viene de otro país o, simplemente, con el que ha elegido un equipo contrario, ¿Qué nos queda por aprender? Tal vez el problema del fútbol no esté solo en los ultras o en los insultos en la grada; tal vez el problema real esté en quienes deciden, desde un despacho, quién puede y quién no puede disfrutar del deporte. Y si seguimos levantando muros por un pasaporte, entonces tal vez el sueño de una Europa unida no era más que una quimera para rellenar discursos.
Manuel Rosell Pintos. (Florencia, Italia)