La evolución del volante de un monoplaza: del aro de madera al ordenador de carreras

Al principio, para vencer el peso del coche y la velocidad sin dirección asistida, los pilotos necesitaban volantes muy grandes. Ahora, el coste de fabricación de un volante actual de de Fórmula Uno puede costar en torno a los 100.000 euros

La evolución del volante de un monoplaza: del aro de madera al ordenador de carreras
Imagen del monoplaza de Fernando Alonso en Aston Martin. - Cordon Press

En la historia de la Fórmula 1, los coches han evolucionado en todos los aspectos. Desde los viejos monoplazas sin aerodinámica y ruedas con radios de bicicleta a las bestias de más de 1000 cv y aerodinámica espectacular que vemos estos días. Pero, sobre todo, los volantes son los que han sufrido un cambio más significativos.

En sólo medio siglo se ha pasado de las piezas redondas de madera y metal a los ordenadores con pantalla e infinidad de botones actuales.

A pesar de que el mundial de Fórmula 1 como tal arrancara en 1950, las carreras de monoplazas llevan disputándose desde los años 30 del siglo pasado. Y ya desde ese período, el volante se conformaba con una pieza circular de madera y metal. Para vencer el peso del coche y la velocidad sin dirección asistida, los pilotos necesitaban volantes muy grandes. Lo que, aparte de una evidente falta de comodidad, también suponía un problema para la seguridad en caso de accidente, ya que además iban soldados a columnas de dirección rígidas.

Así siguieron durante años, tan solo cambiando algo de su forma y reduciendo ligeramente su tamaño hasta finales de los años 70, donde llegaron los primeros cambios sustanciales. En 1978, el de James Hunt incorporó el primer interruptor en el propio volante y así abrió el camino de los botones en el volante. Su tamaño se fue reduciendo y pronto apareció el primer volante que dejaba de ser redondo del todo.

Se empezaron a recortar, primero por la parte superior. Llegaron los volantes achatados y en forma de «D» abierta por arriba: menos peso y más espacio en el habitáculo. Se fue mejorando el agarre y se dio más importancia a reducir el tamaño en una época en que los habitáculos se iban encogiendo en busca de coches más eficientes. Los pilotos cada vez tenían menos sitio para moverse dentro del monoplaza y empezaba a ser importante la gestión del espacio.

Su tamaño se redujo con el tiempo, aunque los botones y diales no aparecieron hasta los años setenta y ochenta. La época turbo llevó a la introducción de interruptores para activar, o no, el soplado del turbo. Y más tarde, en la década de los 90, la palanca de cambios y el embrague desaparecieron de sus sitios habituales y se trasladaron a la parte trasera del volante. Aumentaba la comodidad del piloto, la precisión en cada cambio de marchas y la seguridad, al no tener que mover las manos de la posición de conducción para subir o bajar de marcha.

La informática empezó a avanzar a pasos agigantados y eso trajo una gran cantidad de avances al automovilismo. Llegaron las centralitas avanzadas y la capacidad de controlar cada vez más parámetros del motor, frenos y gestión general del coche. Se introdujo un botón para poder comunicarse por radio con el equipo, uno para beber durante la carrera y algunos pilotos ya empezaron a buscar la forma de personalizar el comportamiento del coche en tiempo real para mejorar su ritmo de carrera. Los botones y diales invadieron los volantes. Dejaron de ser redondos y empezaron a especializarse todas sus funciones.

Posteriormente, el volante comenzó a integrar algunas lucecitas y unos pocos caracteres en formato digital para informar sobre ciertos parámetros como el tiempo por vuelta, la marcha o el reparto de frenada. Más tarde aparecieron las pantallas y, actualmente, el piloto se encuentra ante decenas de menús de datos que le permiten saber y controlar infinidad de aspectos del coche y la carrera.

Ahora son pequeños, rectangulares y con decenas de botones y ruedas de selección. Estos pequeños ordenadores están fabricados en su mayoría en fibra de carbono y ya son una parte imprescindible para el funcionamiento del coche. Actualmente, el coste de su fabricación suele superar los 100.000 € con facilidad.